El hospital de la Luz era una institución privada de mucho renombre en la localidad, muchos jóvenes a punto de graduarse e incluso profesionistas con varios años de experiencia buscaban un lugar en sus instalaciones. Conseguir formar parte de ese equipo se complicaba bastante y fue por eso que a muchos le sorprendió el hecho de que Nayeli una perezosa estudiante de enfermería estuviera a punto de convertirse en auxiliar de enfermeras en el turno nocturno.
Su tarea no parecía muy complicada y mucho menos necesaria, había ocho enfermeras de guardia por piso, y una más sonaba ridículo, por lo cual los rumores empezaron a extenderse, argumentando que posiblemente era amante de algún doctor y que estaría ahí solo un par de días para cumplir su capricho. En base a esto el personal tomo la sabía decisión de mantener con ella una relación estrictamente profesional, ensenarle de la mejor manera, para no tener problemas que después pudieran afectar su trabajo.
En el primer día que Nayeli se presentó a su empleo, tenía como única responsabilidad el seguir a las enfermeras residentes para aprender de ellas. Hubo un momento en que todas se ocuparon en algo dejando a la nueva integrante sola en la estación de enfermeras de su piso, todo estaba tranquilo hasta que el silencio se rompió con unos quejidos repentinos que avisaban el dolor insoportable que alguien estaba sufriendo. La joven de inmediato fue hacia la habitación del final del pasillo, de donde provenían tales gritos, había girado ya la perilla de la puerta dispuesta a entrar, cuando fue detenida por una mano que rodeaba la suya apretando fuerte e impidiéndole abrir la puerta. Era una de las enfermeras mayores la que intervino, y mientras la llevaba hasta la central de enfermeras le decía: – Ahí no tienes autorización de entrar, el paciente de esa habitación es muy especial y solo una persona lo atiende – un poco desconcertada Nayeli ahondo en el tema: – Pero es que esta gritando mucho, y no había nadie más para atenderlo – la otra enfermera insistía: – No te preocupes criatura, ahí ya no hay nada que hacer, el sufrimiento que ese hombre tiene no puede ser mitigado, y menos por nosotras… así que abstente de entrar ahí para que no vayas a causarnos problemas a todos -.
La explicación no fue suficiente para Nayeli quien fue a la habitación en cuanto se dio la oportunidad, giraba la perilla lentamente tratando de evitar el ruido, de cualquier manera no podría haber sido escuchada, pues los gritos del hombre retumbaban en todo el piso, incluso la joven podía sentir vibrar sus manos al posarlas sobre la pared buscando el apagador, lo accionó varias veces pero no encendía, la escasa iluminación del pasillo formaba una penumbra, en medio de la oscuridad se distinguía a una persona sentada en un grueso sillón de espaldas a la puerta. – Señor necesita ayuda – decía al mismo tiempo que con cautelosos pasos se introducía en la habitación, pero no obtenía respuesta alguna, avanzó hasta posarse justo detrás del sillón, con su mano extendida tocó el hombro de quien permanecía sentado en la silla, en ese instante un leve cosquilleo le invadió la extremidad, hasta cubrirla por completo, sus gritos fueron apagados por un manojo de venas rojizas palpitantes que invadían su cuerpo, estaban por toda la habitación como si tuviera vida propia, cubrían por completo el suelo y caminaban por la paredes.
Los ojos de Nayeli se abrieron por completo cuando el hombre sentado en la silla se puso de pie, aunque ella estaba suspendida a más de medio metro del piso por aquellos brotes venosos, aun tenía que voltear hacia arriba tratando de buscar el rostro de quien se erguía sobre ella, en fugaz destello de luz la figura se iluminó dejando ver una cara desgastada y siniestra que portaba una sonrisa tan marcada que le partía las quijadas en dos, sus ojos tan negros e inexpresivos carentes de alma observaban detenidamente a Nayeli, quien pataleaba aun tratando de liberarse de aquella atemorizante vivencia. Sus esfuerzos fueron en vano, con un simple toque de la mano del extraño selló su boca para siempre, borrándosela del rostro como si hubiese nacido sin ella, también le apagó los ojos, dejando en su lugar un par de cuencas ensangrentadas que mancharon el rostro lleno de angustia de la joven mujer.
Cuentos de terror El Hospital de la Luz
Cuando una de las enfermeras salía de la habitación más cercana pudo ver el umbral entre abierto, con gritos desesperados llamó a las demás, pero Nayeli no hizo acto de presencia, tras llamarla un par de veces a través de la entrada a una distancia considerable no tuvieron respuesta. Pero pudieron comprobar que ella se encontraba en la habitación después de que la puerta se azotó cerrándose fuertemente, y fue deslizado por debajo el gafete de la muchacha. Esa noche no hubo más gritos, por lo cual ahora se cuenta en ese hospital que el espíritu de aquel hombre tan malo que había quedado atrapado en ese lugar después de morir en total agonía años atrás, había sido complacido con el hecho de tener quien lo cuidara por toda la eternidad.